Ignacio Carrión
Cambio 16, nº 857, 2 de mayo de 1988, pp. 130-132
Entra de espaldas en el hotel Mayfair (140.000 pesetas la suite) para que no le vean. Se sienta a contraluz en la penumbra de la habitación y así evita que le fotografíen. Pero quiere hablar muy claro. No tiene pelos en la lengua. Los tiene todos en el bigote y en una especie de minibarba que le brota del labio inferior. Ni es guapo, ni se considera sexy, ni pretende disimular su aterrador parecido con Drácula vestido, como se le ve ahora, de rigurosa etiqueta. Además está la voz. Una voz grave, cavernosa y como de ultratumba. Luego le estrechas la mano y sonríe. Quiere ser amable. Incluso resulta gracioso al recordar esa lluvia de bragas que le cayó la pasada noche. «De repente yo les pido a las jovencitas que se bajen las bragas, y miles de muchachas me obedecen, se las quitan de un tirón y las arrojan al escenario. Sucede en todos mis conciertos. Entonces las recogemos y las colgamos como banderas de un hilo, de parte a parte. Anoche aquello parecía una subasta de ropa interior: bragas, slips y sujetadores. Varias mujeres se arrancaron la faja, hay quien aún gasta eso, y también las tendimos allí. Era maravilloso. Tenemos una gran colección. La paseamos de ciudad en ciudad por todo el mundo. Naturalmente la llevaremos a Europa.»
—¿Se las quitan allí mismo o son bragas que llevan de repuesto para la ocasión?
—Se las quitan. Lo vemos. Yo compruebo si están usadas. La pongo debajo de los focos y digo: ¡sí, ésta es auténtica, ésta vale, está usada!
—¿Piensa hacerlo en España?
—No sé, tal vez para España sea una provocación demasiado fuerte, ¿no cree?
—Usted pruebe. España está muy progre. Habrá quien no le tire nada porque no lleva nada que tirar. A lo mejor lo empelotan a usted.
—Okay, eso me gusta. Iré preparado.
Frank Zappa se ríe como el malo de la película y uno se explicaba ahora lo que le hicieron a este cachondo y satírico cantante en Londres: el marido de una enloquecida fan lo derribó a bofetadas del escenario y lo dejó tan malherido entre bragas y lencería que jamás olvidaría el incidente. Pero eso ocurrió en 1971. Ahora parecía repuesto.
—Usted es un cantante serio. Hace política en sus conciertos y aparte de lo de la colecta de paños menores usted pide al público que se inscriba para votar en las elecciones presidenciales. ¿Sugiere a qué candidato deben votar?
—No doy ningún nombre, aunque personalmente apoyo a Mario Cuomo, el gobernador de Nueva York.
—Pero Cuomo no es candidato.
—Puede serlo. Se meterá en la carrera. Es el único presidenciable entre los demócratas. Ni Dukakis ni Jackson lo son. Con Dukakis no hay show. Y la política norteamericana se basa en el show. Cuomo no sólo tiene cerebro sino que también es bueno en los debates. Bush va por ahí con globos, gorritos y bandas de música. Llega al pueblo y ofrece su espectáculo. Es decir, resulta presidenciable. En cambio, Dukakis llega al pueblo y ¿qué tiene? Es un tipo feo y bajo que suelta rollos muy aburridos. Es un muerto. No puede ganar.
—Sin embargo, es griego, como usted...
—Bueno, yo soy un poco griego, italiano, francés y árabe. Me considero un mil leches mediterráneo.
—¿Y no le parece que eso de pedirle al público en un concierto que vaya a votar es una paliza anacrónica? ¿Saben cómo hay que hacerlo?
—En los Estados Unidos todavía no tenemos una democracia. No existe lo de «un hombre, un voto» a causa del colegio electoral. Es tan complicado el sistema que la gente se echa para atrás. Por ejemplo, en el sur hay que registrarse en el sótano de la cárcel para votar. Tener que ir a la cárcel a apuntarse es un método muy eficaz para disuadir a los negros. Así que no votan.
—¿No exagera usted?
—No, no exagero. Lo ponen difícil adrede. Además, tienes que registrarte en horas laborables. Y si no es en la cárcel es en el ayuntamiento, un sitio que la gente odia porque es donde se pagan las multas de tráfico. A nadie le gusta ir allí. No va nadie. Mientras que en otros países el votante se apunta cómodamente el mismo día y en el mismo lugar que vota.
—Volvamos a los candidatos. ¿Qué va a pasar en las convenciones?
—Que Mario Cuomo será nominado. Se presentará en el momento oportuno, cuando los otros ya se han quemado prometiendo cosas imposibles a los granjeros que crían cerdos. El problema de muchos candidatos es que su ego es más abultado que su cerebro. No sé cómo llegó Gephardt a creer que tenía madera de presidente. Ni tampoco Gore.
—¿Y piensa usted que Cuomo será el gran oponente final de Bush?
—Lo será. Y en un debate entre ambos, Cuomo destrozará a Bush. Lo tengo muy claro.
—Sin embargo, para un sátiro como usted sería muy divertido un presidente aburrido como Bush. ¿No le apetece?
—No. Para mí no es nada divertido que un hombre que ha sido director de la CIA entre en la Casa Blanca a gobernar este país. Del cargo de director de la CIA no se retira nadie nunca. Siguen en activo. Bush aún es de la CIA y si llega a presidente pondrá en funcionamiento lo peor que ha producido la CIA en los últimos veinte años, incluida su participación en el escándalo Irán-contra. Reagan no ha tenido una sola idea original en su vida. Sumando fines de semana y vacaciones escolares se ha pasado un año entero, de los ocho que lleva en el cargo, cortando leña, montando a caballo y haciéndose fotos en su Rancho del Cielo en California. Y cuando está en Washington todo el mundo sabe que pasa más tiempo echándose la siesta que despierto. Entre tanto, Bush y los otros de su gabinete no están inactivos. Ponen en marcha a través de su red de amigos un gobierno secreto y muy peligroso para el mundo. Le repito que Bush puede ser aburrido, pero no es ningún chiste. Por eso tiene que ganar Cuomo.
—Según dicen, Cuomo es de la mafia. O la CIA o la mafia. La alternativa no es muy alentadora.
—Bueno, a cualquiera que tenga un apellido italiano se le cuelga el mismo sambenito. Pero ni hay evidencia de eso ni me importa. Desde un punto de vista práctico el único negocio que funciona sin errores en los Estados Unidos es la mafia. Saben cómo recaudar e invertir el dinero. La mafia es tan eficaz que nuestro gobierno tiene que recurrir a ella a menudo para lograr resultados. Nos guste o no nos guste, sin la mafia en este país iríamos al desastre económico.
—¿Más todavía?
—Sí, más todavía. La mafia es tan importante que ya es hora de que se les instale su propia cámara en el Capitolio, junto con la del Senado y del Congreso. De esa forma los funcionarios del gobierno que recurren a ella ya no tendrían que hacer llamadas telefónicas secretas a Palm Beach. Cruzarían la calle, hablarían con el primo Guido y asunto resuelto.
—No está mal. Parece una idea práctica. Ahora haga el favor de definirnos al señor Reagan en una sola frase.
—Con mucho gusto: nuestro presidente es un ser durmiente. Digamos que es la bella durmiente en la casita blanca. ¿Okay?
Llegado a este punto de la entrevista, Frank Zappa, que parece deshidratarse por momentos y no deja de fumar, pide a su secretario, Dave Moulde, que le dé más agua y más fuego. El secretario cumple la orden y vuelve a su rincón, donde ríe a carcajadas tragando enormes racimos de uva.
—¿Y los televangelistas? Usted les viene dando caña desde hace años. En su canción Cuando la mentira es tan gorda llama «traidor y cretino» al reverendo y candidato a la presidencia Pat Robertson. ¿Tan mal le caen los pastores?
—Mucho. Los tengo entre ceja y ceja. Una de mis canciones se titula Cuenta bancaria celestial. Otra Los humildes no heredarán nada. Y la más fuerte es Jesús cree que eres tonto. Pat Robertson como candidato es una amenaza. Llegó a donde ha llegado a través de su espacio televisivo en el que hizo propaganda político-religiosa ultraderechista durante diez años. Le ayudó tener 253 millones de dólares de ingresos sin impuestos (más de treinta mil millones de pesetas). Además de hacer regalos a senadores y donaciones a las campañas electorales es amigo personal del presidente. Menos mal que los escándalos sexuales de otros reverendo más golfos que él han malogrado su golpe de estado religioso. Ahora no llegará a la Casa Blanca, pero volverá a la carga en 1992. Por esta vez nos hemos salvado.
—¿Le gustan más los demócratas que los republicanos?
—No. Yo soy conservador tradicional. Me gusta un gobierno pequeño y con pocos impuestos. Pero no apoyo al partido republicano porque me importa un cojón ese proyecto que tienen de legislar la moral. Si la iglesia no es capaz de legislar la moral, el gobierno todavía lo es menos. En cuanto a los demócratas, son gente que cambia de camisa según les va. Son oportunistas.
—Ya le entiendo. Algo de eso se ha visto en el tema de Nicaragua y de la ayuda a la contra. ¿Qué opina usted de la política estadounidense en Centroamérica?
—Que es estúpida. Nunca se demostró la invasión nicaragüense de Honduras y cuando nos dimos cuenta ya estaban allí nuestras tropas. El público norteamericano está mal informado. La televisión no es objetiva. Hace propaganda. Eso le da éxito.
—Tal vez hay una dependencia excesiva de la televisión. Se lee poco. Se reflexiona cada vez menos. ¿Qué lee usted? Me imagino que lee mucho...
—Pues no. La verdad es que sólo veo las noticias en la televisión. Leer me cansa la vista. Además me da sueño. Intento evitar esa sensación física. Pero sé escuchar. Cierro los ojos y apuro el oído. Sé muy bien lo que pasa. Es cuestión de comer en el sitio adecuado. Por ejemplo, en el restaurante de este hotel. Ayer, la ex revolucionaria y multimillonaria Patty Hearst mantuvo una conversación muy extraña durante el almuerzo en la mesa contigua. Estaba con dos mujeres. Mis orejas lo captaron todo. Estoy al día. Por algo viene aquí Nancy Reagan cuando se encuentra en Nueva York. Es su restaurante favorito. Y supongo que usted sabe que también lo frecuenta el Rey de España. Es su hotel.
—Mencionó usted a la primera dama. ¿Son amigos?
—¡Ja, ja, ja! Digamos que entre nosotros no existe una relación laboral. En cambio, la tengo con algunas esposas de senadores que juntaron sus aburridos cráneos para formar una asociación que persigue a los cantantes rock. Esa parroquia se llama Parents Music Resource Center, y su finalidad es purifica la lírica de nuestras canciones, que ellas consideran una guarrada. El proyecto lo inició la esposa del candidato Albert Gore para dar publicidad a su marido. Son la moderna inquisición en el mundo del disco y de los vídeos. Quieren desterrar el sexo del planeta. Y yo creo que lo que necesitan es, precisamente, un poco más de lo mismo que censuran.
Gracias a Javier Marcote por el artículo
donlope@gmail.com