Sinfín (La Opinión), nº 6/00, 11 de febrero de 2000
PRESENTAN 'SHANGRI-LÁ' HOY EN LA SALA GAMMA
Angel H. Sopena
Dos años después de su Revólver particular (Matando el tiempo), Los Marañones publican un nuevo disco localizado en Shangri-Lá, un lugar fantástico, un valle de ensueño en el Tibet, entre las nieves eternas del Himalaya, donde el tiempo no pasa (lo mataron, habíamos quedado).
Han pasado ya 13 años desde que empezaron su aventura equinoccial, y suenan ahora más frescos que un pozo de nieve. Una tonificante propuesta, un pequeño potosí, un artefacto heterodoxo, imaginativo e inteligente, en donde la locura ha sido contenida a favor del talento. Ahora son menos impredecible antorcha, menos virulentamente primitivos (insigne pop caverní- cola) y más primitivamente naives, más creadores libres de ataduras.
Además han encajado el paso de los años con optimismo, acumulando experiencias, viajando por el tiempo como los héroes de la película de Monty Phyton, dejando una sutil y constante huella. Ahora han regresado con la moral alta, brío e ilusión primeriza, conscientes de haber iniciado una nueva etapa, aunque resulten bastante inmunes a los cambios geológicos en la escena musical.
Es la segunda vez que se producen ellos mismos (la primera fue en Quiero bailar agarrao). Grabado entre diciembre de 1998 y febrero de 1999 en los estudios S.P.L de Murcia, posteriormente masterizado por Carlos Martos en Sonoland, Shangri-La (Alkilo Discos), sexto disco del cuarteto murciano, tiene todo lo necesario: carácter, versatilidad y una seriedad de planteamientos no reñida con la capacidad de llegar a un público amplio. Incluye desde un homenaje a los Beatles (Mis mejores cassettes) —una de sus grandes influencias junto a las de Kinks, Cream, Zappa o Hendrix—, a una bossa nova atípica (Rumbo sideral); desde el sinuoso ritmo rock and roll fresco y psicodélico de Yo quiero rock a las reminiscencias africanas de El Buen Valle, o un glamouroso rocanrol ardiente de deseo (Espío a mi vecina); revelaciones místicas, alfombras voladoras, las mil y una noches... Canciones que ironizan sobre quimeras entre trombones, cuerdas, percusiones, voces y melodías muy cuidadas.
Los Marañones son una banda tenaz . Siguen ejerciendo de desmitificadores y soñadores. Son únicos combinando sabias dosis de sentido del humor, unos gramos de referencias dásicas y un derroche de pura vitalidad. Con esos elementos han vuelto a ha- cer grandes canciones. Inalterables, siguen erre que erre, trasmitiendo coherencia y credibilidad a toneladas. Superando circunstancias adversas, ha brotado un disco ávido por interpolar conceptos, reordenarlos, conjugarlos, romperlos si hace falta.
Científicamente, el experimento ha sido un éxito, y aquí están de nuevo, radiantes y llenos de energía. Resulta alentador y reconfortante encontrarse a gente tan sanamente cabezota como estos Marañones, grupo referencial, reverenciado y fundamental. Primero, porque son una (singular) banda de rock and roll y mantuvieron alta esa bandera durante las dos últimas décadas, y segundo porque son los padres ("los padrinos") de la nueva ola de grupos surgidos estos años, a los que han guiado con su personalidad, sus discos (magníficos exponentes de frescura, creatividad y buenas maneras) y sus directos impresionantes.
Asi que cuando agarran los instrumentos se les ve muy entusiastas y saben cómo hacer que sus melodías estratosféricas exploten en el sitio preciso. Y cómo se disfruta viéndotos en acción.
La ocasión la pintan peluda esta noche: presentación de campanillas en la que participan algunos colaboradores del disco: trombones, teclados, percusiones... Una rentrée con clase, si señor.