Evasión, La Verdad, 26 de noviembre de 2004
JAM ALBARRACÍN
La espera, si de Los Marañones se trata, vale siempre la pena. De modo que cinco años parecen nada cuando el estéreo empieza a escupir las canciones de El mundo al revés, el flamante séptimo largo del grupo murciano y otra obra de las de ir a comprarse un sombrero para poder quitárselo después. En esta ocasión, además, mostrando un equilibrio improbable, al tiempo que admirable, entre esos rasgueos de Telecaster made in Miguel y una novedosa experimentación en arreglos y sonido —secuencias electrónicas, algún acento jazzie, arreglos de metal—, a los que hay que añadir un retorno —si es que puede llamarse así— a sus textos más surrealistas, irónicos y bordeando el absurdo. Vamos, Los Marañones renovados y sin embargo más marañones que nunca.
Quedamos en un bar. Donamos la cerveza a los peces y nos comemos los envases. Cinco años dan para mucho. "Después de Shangri-La [su anterior trabajo] Joaquín (Talismán) abandonó el grupo para hacer su carrera en solitario y eso nos dejó un poco desconcertados, más de lo que ya estamos habitualmente. Luego nos pusimos a trabajar el disco, pero en vez de hacerlo del modo habitual, en el local de ensayo, lo hicimos de otra manera más experimental. Fue un proceso largo", señala Miguel Bañón. "La idea también era, una vez grabado, encontrar forma de editarlo con distribución. Y una vez decididos a publicarlo con Perdición, coincidía con la salida del de Los Lunáticos, por lo que hubo que esperar un poco más", concluye Román García. Atento, Pedrín Sánchez da el visto bueno con su mirada amable.
No es menos cierto que, a estas alturas, Los Marañones es un grupo bastante al margen de los dictados de la industria discográfica. "Pues sí, el disco aunque llevaba un tiempo grabado, no se iba a pasar de moda, porque tampoco iba a estarlo fuera cual fuera el momento de salida. No nos preocupan esas cosas, tal vez por eso tampoco hemos tenido mayor repercusión" (Miguel). "Con Shangri-La ocurría otro tanto. Daba igual que saliera entonces o mañana. No son discos que estén marcados por el sonido de una época" (Román). Ah, la tan manida y deseada intemporalidad, algo inherente a la música de un grupo de rotunda personalidad propia. En cualquier caso, sí estimo que nos encontramos ante el disco más digamos experimental de Los Marañones. ¿Hasta qué punto ha tenido que ver en ello el modo de elaborarlo, partiendo de un home-studio. "Empecé yo y seguimos los tres, en casa, con el ordenador. Buscando arreglos, metiendo cosas y no limitándonos sólo a lo que hacíamos en el trabajo de ensayo. Todo de un modo bastante intuitivo, aunque sí que había una pretensión de hacer un disco distinto. Es el disco en el que más hemos investigado con el sonido. Quizás en el próximo volvamos al trío de rock puro y duro", explica Bañón. "Estábamos ahí en casa, con tiempo y con libertad completa. Y cosas que en otras circunstancias no hubieran pasado de ser una broma, y ahora vamos a ponernos serios y a hacerlo de verdad, aquí las hemos estirado al límite", puntualiza Román.
Vayamos con la portada de El mundo al revés. Muy setentera, muy bonita y muy Forever changes. ¿Un homenaje al mítico disco de Love? "No, en absoluto. La portada surge de un montaje fotográfico tricéfalo que hizo Manolo Muñoz Zielinski, al cual Román le aplicó el efecto psicodélico y nos gustó. Además era fruto de varias reuniones en el estudio de Zielinski, de tal forma que era de alguna manera conceptual. Nos dimos cuenta de que había una conexión con la de Love, pero como ya habíamos descartado una anterior porque nos había salido clavadita al Pet Sounds de los Beach Boys, decidimos mantenerla a pesar de las coincidencias, que pensamos que acabarían sucediendo con cualquier cosa que se nos ocurriera", comentan.
Siempre me han gustado las letras de Los Marañones. Especialmente aquellas en las que más acentuado estaba ese elemento de humor absurdo, ese surrealismo tan particular. ¿Quién sino ellos sería capaz de escribir un estribillo como "Japón, Japón / como está tan lejos iré en avión" (Japón) o una canción cuya letra completa sea "Lo diré una vez / y otra vez lo diré" (Lo diré). Ojo, detrás de esa lírica tan marañona hay asuntos y sentimientos en juego muy claros. "Creo que no somos conscientes de lo que hacemos, no hay predeterminación ni en letras ni en nada. Luego al hacer la selección, a la hora de quitar canciones, igual se va encauzando hacia una sensación global determinada. Sí que hay ese punto surrealista o absurdo que dices, pero no es algo decidido", afirma Román. Miguel pasa al análisis. "Nos hemos dado cuenta de que hay temáticas recurrentes, pero lo vemos a posteriori. Hay muchas letras que hablan de problemas de comunicación o de adaptación, normalmente desde un punto de vista irónico y con sentido del humor". Algo palpable en cortes como No me llames, Estás sola, El sonido del silencio o ese El mundo al revés que remite a La Metamorfosis de Kafka.
Un disco en el que, además de una consistente sección de metal, hay colaboraciones puntuales de Santiago Campillo y Joaquín Talismán y más continua de Carlos Campoy. Y otro guiño, ahora a Neil Young, en los versos de Soy minero: "Sí, ya lo sé, la letra no la inventé / es de Neil Young / pero me la va a prestar". Me cuentan la historia. Como Young tomó prestada una melodía de los Stones y lo decía en una canción y no me acuerdo del resto de la historia. De lo que no me olvidaré es de volver a introducir el disco en mi estéreo. Por mí, que el mundo siga al revés.